La que puede, puede
“Ruth” de Adriana Riva es una novela publicada el año pasado que narra la vida de una activa y curiosa mujer de 82 años. Es un personaje tan bien desarrollado que da ganas de cruzarse con ella en algún barcito cheto de Buenos Aires.
La protagonista de la historia fue médica. Su jubilación y el alquiler de una o dos propiedades le permiten vivir con dignidad. Tiene hijos, nietas, amigas y un gran sentido del humor para contemplar los achaques inevitables del cuerpo. Enviudó y, por primera vez, posee un tiempo sin obligaciones. Cada una de las relaciones que mantiene ocupa un lugar por fuera de lo esperado. Ruth prioriza tomar clases por Zoom, asistir a la ópera e ir de visita a los museos. Se pregunta por los misterios de ciertas obras de arte y comparte con sus amigas comunicaciones por mail y cafés en bares. La familia es un soporte para que ella pueda descubrir y ejercer cómo quiere vivir.
En “Cae la noche tropical” de Manuel Puig, las dos protagonistas mujeres que también están en la etapa final de la vida, desean y pelean por la autonomía. En la novela de Adriana Riva, ese deseo sigue siendo parte de la disputa con su entorno, pero no tanto. Ruth no obedece, no le hace falta.
Alejandra Laera en su ensayo “¿Para qué sirve leer novelas?” dice que “la literatura es la gran abastecedora de argumentos del imaginario social sobre el estado crítico del mundo y sus modos de vida”. Tomando esta definición, siento que Ruth es el futuro luminoso, en tanto, persona mayor que puede disfrutar de una vida activa, ya desprendida del tiempo de explotación laboral y compromiso familiar. Y es, a la vez, una reliquia, la excepción en un futuro oscuro, en el que muy pocos trabajadores gozarán del derecho a un retiro digno, con preocupaciones y pensamientos alejados de la mera sobrevivencia.
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